Somos Hispanos Battiato-Nomadas
Sabina-Nos sobran...
Sabina-Y sin embargo
Victor Manuel-Yeren dos guajes
Victor Manuel-Asturias
Victor Manuel-Asturias
Victor Manuel-Mujer Calama
V.Manuel Sin bandera-Maldita Suerte
kermit-Teppum-Sad Lisa
Viviremos siempre juntos-Nacho Cano
Van Morrison - Have I told you lately
Juan Manuel Serrat - Cantares
Juan Manuel Serrat - Mediterráneo
Juan Manuel Serrat - Lucía
Tears in Heaven
Jerry Lee Lewis- Whole Lotta Shakin' Goin' O
Someday The Sun Won't Shine For You-Jethro Tull
Too Old To Rock'n Roll Too Young To Die-Jethro Tull
Botella al mar correo
Hoy recogí en la playa
tu misiva
en la botella verde habitual.
No te quejes, no es
que no te escriba,
es que el correo
de náufragos
"Yo no estimo tesoros ni riquezas,
y así, siempre me causa más contento poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas." S.Juana Inés G a t a s
Algunas veces vuelo
y otras veces me arrastro
demasiado a ras del suelo,
algunas madrugadas me desvelo
y ando como un gato en celo
patrullando la ciudad
en busca de una gatita
a esa hora maldita
en que los bares
a punto están de cerrar
Que linda que estás, sos un caramelo te veo en el recreo y me vuelvo loco, todas las cosas que me gustan, tienen tu cara y espero los asaltos, así juego a la botellita con vos, mi bomboncito.
Que excitante que estás, tendrías que saberlo esa cola es la manzana mas buscada, y esos senos el alimento de mi creación, quisiera arrancarte un día y morirme en un telo con vos... o quizás en un auto.
Han pasado cinco años, asumiste las cosas hace tiempo que estoy buscando mi verdadero yo, hay una especie de simbiosis, lo dijo mi psicóloga haría bien a la terapia alejarme un tiempo... unos setenta años.
Como estás querida tengo esposa e hijos de ves en cuando hablo con ella y hasta hago el amor, no es que quiera molestarte, pero me es imprescindible sentarme en un café, y soñar un poco... y tal vez amarnos.
Y ha pasado mi hora, quién robo mis años, cambio a toda esta familia por un segundo con vos, si te veo ahora, aunque termine en un hospicio, tomo una botella...y juego a la botellita con vos.
Remigio González "Adares" - Mimosos convencidos de higuera primeriza.
El aire que respiro me respira y al respirar avanzo hacia tu saliva honda ... Para la niña de tus pañuelos pintos este cisne te envío padre de lo que huyes y me arropas. Acaricio este viaje lleno de trotamundos explosivos fulares abanicos perdices altaneras riválvaras sin gancho y horquillas de maíz. Así como la cima ama sus huevecillos y el alcaraván come llamaradas de noche y la lluvia se cae escurriendo del almendro ... ... Así ambas piedras hacen de blanco embalse dos lagunas abiertas. ... Así guardo yo ahora aquellos que mirabas tan de plano. El silencio me viste la respiración. Caricia de los viajes lloroso corazón, en tu nombre mi amor voy a ofrecer al triste el ruido que ignoré.
¿A qué grabar un nombre en las paredes, manchar con torpes trazos la blancura deslumbrante, impoluta, de la nada? ¿A qué este vano empeño de ir dejando señales, de escribir en la arena, a resguardo del viento, las triviales miserias que conforman tu vida? Sobre las tercas líneas que dibujan un rostro ha de pasar la mano piadosa de los años borrando letras, sílabas, palabras sin sentido. El papel en que escribes volverá a estar en blanco. ¿Y habrá dicha mayor que no haber sido?
Yo vengo de un brumoso país lejano regido por un viejo monarca triste... Mi numen sólo busca lo que es arcano, mi numen sólo adora lo que no existe;
tú lloras por un sueño que está lejano, tú aguardas un cariño que ya no existe, se pierden tus pupilas en el arcano como dos alas negras, y estás muy triste.
Eres mía: nacimos de un mismo arcano y vamos, desdeñosos de cuanto existe, en pos de ese brumoso país lejano, regido por un viejo monarca triste...
La eternidad por fin comienza un lunes y el día siguiente apenas tiene nombre y el otro es el oscuro, el abolido. Y en él se apagan todos los murmullos y aquel rostro que amábamos se esfuma y en vano es ya la espera, nadie viene. La eternidad ignora las costumbres, le da lo mismo rojo que azul tierno, se inclina al gris, al humo, a la ceniza. Nombre y fecha tú grabas en un mármol, los roza displicente con el hombro, ni un montoncillo de amargura deja. Y sin embargo, ves, me aferro al lunes y al día siguiente doy el nombre tuyo y con la punta del cigarro escribo en plena oscuridad: aquí he vivido.
Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu el que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.
Y la penumbra le preguntó a la sombra: –Hace un momento, vuestra merced, se sentaba, ahora se levanta; hace un momento caminaba, ahora se detiene; ¿por qué no se contiene? –¿Qué se yo?–, respondió la sombra –¿No dependo de otro? ¿Y ese otro, no depende también de otro? ¿No depende la serpiente de sus anillos, o la cigarra de sus alas? ¿Qué se yo por qué es así o no es así?
Estaba Chuang-tse tumbado a la sombra de un árbol y soñaba que era una mariposa que volaba gozosa de flor en flor. De repente despertó. Era Chou y se sorprendía de serlo. No pudo saber si era Chou soñando que era una mariposa o si era una mariposa que soñaba ser Chou. Entre Chou y la mariposa hay sin duda una gran diferencia. Así es el mudarse de las cosas.
Perdonad el pelaje descastado este brillo es de tanto restregarme de la baba la rabia la patada Perdonad el mordisco por la espalda es mi ternura agreste solapada pero ternura al fin (la única mía) En verdad salí cachorro en la calle me hice perro.
Sergio Bufano - Osip Mandelstam: el poema nunca escrito
En el mes de diciembre de 1938, en un campo de prisioneros de la Unión Soviética, la temperatura congelaba la respiración y la conciencia de los comisarios políticos. Los 25 grados bajo cero no perdonaban nada. Implacables, solidificaban las lágrimas y no dejaban llorar, aunque no por ello impedían la tristeza. Al menos la tristeza del poeta Osip Mandelstam, o lo que quedaba de él al cabo de algunos años de permanencia en ese desierto helado en donde sólo el aullido del viento apaga el aullido de los lobos. En una barraca de madera que dejaba filtrar por sus ranuras los puñales de aire hirientemente fríos, durmió mal, como siempre, y despertó cuando la luz plomiza del lejano noroeste de Rusia, cerca del río Kolima, amagaba con aparecer, pero no aparecía. El sol era en su memoria un círculo delgado y frágil, que se desvanecía detrás de cada ráfaga blanca; Mandelstam ya no recordaba ni un sólo día de verano. Ni una primavera. Olvidado el color verde del pasto, el amarillo de las hojas de otoño, el rocío de las noches estivales, había olvidado también la agradable sensación del calor cuando se levantó de su camastro y salió hacia el galpón para tomar el te que le servirían sus guardianes.
No llegó a cruzar la calle y cayó muerto, probablemente agradecido por la generosidad de la naturaleza que le impedía seguir viviendo. Ya era hora de morir. Por fin, la muerte le abría las puertas de la libertad para escapar del tormento de su cuerpo sometido.
Cuerpo que nunca más apareció. En alguna fosa común que todavía hoy comparte con cientos de intelectuales, revolucionarios o campesinos disconformes, los restos del poeta se ha congelado sesenta y cuatro inviernos. Nunca más se supo de él. No hay memoria que pueda rescatar sus huesos.
Y nunca, además, fue posible comprender el gesto que lo condujo a la cárcel y la muerte.
San Petersburgo
El avión se inclina hacia la izquierda en busca de la pista de aterrizaje y por la ventanilla aparecen gigantescos bosques de color ocre. El otoño se muestra frondoso y difícilmente descriptible en su belleza. Las variaciones sobre el amarillo le otorgan al paisaje una irrealidad de tal hermosura que corta el aliento. Decenas de miles de árboles compiten para desafiar a un pintor, a un poeta, a cualquiera que pretenda reproducirlos, volcarlos en el papel, transmitirlo para otros que no podrán imaginarlo. En cada árbol, cientos de amarillos. Los motores se frenan y al interrumpir la imagen surge la duda: ¿es cierto lo que hemos visto? ¿O fue una ensoñación?
La máquina toca el suelo y la brusca frenada disuelve el encanto. A lo lejos, diminutas, se ven altas chimeneas de industrias que recuerdan jornadas gloriosas leídas en los viejos, hoy más viejos todavía, textos de la Revolución: obreros, proletarios, días de pasión que se han disuelto como los miles de ocres que fugazmente acaban de pasar por la diminuta ventanilla. Este es suelo ruso, es San Petersburgo, la ciudad construida sobre un pantano y cuya historia en el Siglo XX levantó las ideas libertarias más formidables luego de la Revolución Francesa. Sólo ella, sus edificios, sus calles, sus canales venecianos sobreviven. El resto se hundió y llevó consigo a millones de seres que dispusieron voluntariamente sus vidas para ser llevados y otros millones que fueron sumergidos contra su deseo.
Calles anchas y arboladas desembocan en inmensos espacios vacíos. Palacios zaristas de preciosas y deterioradas portadas se enfrentan al cemento de edificios stalinistas de grises pálidos y helados. Parecen querer demostrar la solidez de un futuro que fue efímero. Las aguas de los canales se mueven lentas. Sorpresivamente, con un porte majestuoso e indiferente a la historia de los hombres, sólido y plomizo, sobre todo regio, aparece el Neva ancho y caudaloso. En sus márgenes se levantan palacios de colores vivos ahora opacados por la llovizna que desdibuja sus contornos. Todo el paisaje es difuminado por una luz que las pequeñas gotas que caen del cielo hace zigzaguear ante los ojos.
Al costado izquierdo queda el Palacio de Invierno, y junto a él se extiende la avenida Nevsky alguna vez recorrida por multitudes vestidas de overol. Unas calles más allá una figura conocida levanta enérgicamente el brazo, adusta, un pie adelante señalando una marcha que aparentemente no se detendrá jamás: es Lenin que indica el camino.
El camino conduce a lo largo del canal Fontanka, una masa de agua domesticada y convertida en calle por el zar Nicolás. Detrás de árboles de hojas ocres hay un edificio de tres pisos con una angosta escalera de madera que desemboca en un largo pasillo con varias puertas. En cada uno de esos cuartos vivía una familia, salvo la poeta Anna Ajmátova que no compartía el suyo con nadie, viuda ya de su marido tempranamente fusilado y con su hijo adolescente detenido en la Lubianka. En esa habitación escribió buena parte de su obra, recibió a sus amigos poetas, pintores, críticos y actores. También a Isaiah Berlin. Y por supuesto a Mandelstam. En las cuatro paredes hay fotografías del poeta: antes y después de su primera detención, joven y envejecido por la prisión, sonriente en la foto familiar y serio en la de su prontuario. Manuscritos de poemas se juntan con legajos policiales recuperados después de la Glasnov. Allí está apenas un trozo de su vida, y el doloroso espejo de una generación de artistas.
Una noche en vela. Un huevo duro.
Osip Mandelstam, ruso por adopción, nació en 1891 en Varsovia en el seno de una familia judía. Miembro de la corriente acmeista, amigo de Anna Ajmátova, recibió la Revolución de Octubre con indiferencia. No le entusiasmaba el clima revolucionario que recorría Rusia y prefería mantenerse ajeno a la actividad política. Era miembro, como muchos otros, de la Unión de Escritores, pero distante de la militancia gremial de la entidad.
Su energía era volcada exclusivamente en el papel, donde escribía poemas que nada tenían que ver con la revolución social, el comunismo o el proletariado. A diferencia de Mayakovsky, Babel y tantos otros poetas que se habían comprometido con el surgimiento de los soviets, Mandelstam prefería mantener distancia de esa estética que más tarde se encaminaría con paso militante hacia el realismo socialista.
Sin embargo, como el suicida que busca el método más doloroso para acabar con su vida, Mandelstam creó –sin llegar a escribirla jamás- la única poesía política de toda su existencia, un producto de escasa calidad literaria pero decididamente mortífero, como si le complaciera elaborar un veneno que garantiza la muerte pero a largo plazo y mediante indecibles sufrimientos. El poema ni siquiera tiene título, pero su lectura no permite confusiones: es contra Stalin.
En la tarde del 16 de mayo de 1934 Anna Ajmátova caminó las cuadras que separaban su casa de la vivienda de Mandelstam y su esposa Nadiezhda. Desde siempre acostumbraban a leerse mutuamente sus textos antes de darlos a conocer a otros. Los acercaban sus talentos literarios y un amor que trascendía las cuestiones estéticas. Es conocida la historia de ese día, narrada por Berlin: como en la casa no había absolutamente nada más que te, Mandelstam salió, sin un peso en el bolsillo, a buscar algo para comer. Regresó al rato con un huevo duro que le regaló un vecino y que pretendía compartir luego entre los tres.
Estaban leyendo sus escritos cuando tocaron a la puerta. Se presentaron tres hombres: Guerasimov, Veprintsev y Zablovski, todos agentes de la policía secreta. Sin violencia, aunque ásperos, ingresaron en la casa y comenzaron a revisar cada uno de los papeles del poeta. No tenían apuro, y la labor les llevó toda la noche: buscaban la poesía que jamás podrían encontrar porque, sorprendentemente, nunca había sido volcada al papel por Mandelstam. Elaborada en su cabeza, permanecía guardada en su memoria.
Fue una noche larga y tensa; cada nota, cada escrito fue revisado minuciosamente. Amaneció y Nadiezhda, Ajmátova y el poeta seguían sentados esperando que terminara la labor de los agentes. Los tres sabían que él iba a ser detenido y fue Ajmátova la que insistió para que Mandelstam comiera el huevo duro donado por el generoso vecino antes de salir hacia la cárcel de la Lubianka.
El poema nunca escrito pero recitado en algunas oportunidades dentro del círculo de amigos, había sido copiado por alguien que pretendía los favores del régimen y que lo entregó a las autoridades. Esa delación le costó tres años de destierro en un campo, un breve período de libertad restringida y una nueva detención que acabó con su vida.
Tres meses después de ese episodio, se realizó el Primer Congreso de Escritores Soviéticos y la palabra de Máximo Gorki fue escuchada con religiosa atención. Pero muchos resultaron defraudados: el discurso del escritor no incluyó mención alguna del poeta preso. A pesar de las solicitudes para que influyera ante las autoridades y lograra la liberación de Mandelstam, Gorki prefirió callarse. Preocupado por otros temas, habló de Oscar Wilde y lo incluyó entre los "muchos otros degenerados sociales creados por la influencia anarquista de las condiciones inhumanas en el estado capitalista".
Unos meses más tarde, en enero de 1935, Gorki insistió en que "hay que exterminar al enemigo sin cuartel ni piedad, sin prestar la menor atención a los gemidos y suspiros de los humanistas profesionales". El peso que su voz tenía en la Unión Soviética era sólo comparable con el de León Tolstoi en la primera década del siglo. ¿Ignoraba que su consejo sería llevado a cabo por burócratas solícitos siempre atentos a satisfacer los deseos de Stalin?
Ignorante o no, su palabra fue escuchada. En 1937 no hubo cuartel ni piedad: fueron fusilados el poeta Nikolai Kliuiev, cercano a Esenin, y el escritor Boris Pilniak; en 1938 murió el prisionero Mandelstam; el mismo año fue fusilado Aleksandr Arosev, escritor que había participado junto con los bolcheviques en la Revolución; en enero de 1940 fue fusilado Meyerhold, el vanguardista director de teatro que había hecho suyas las ideas revolucionarias; en el mismo mes y año fue fusilado el escritor Isaak Babel, autor de Caballería Roja. La lista es interminable e incluye críticos literarios, pintores, ensayistas, novelistas y cuentistas. La represión cultural fue tan vasta que Ajmátova la describió en un poema como una vigilia perpetua:
Y vino una noche que no conoció la aurora.
El florecimiento de la poesía rusa, producido en las últimas dos décadas del siglo XIX, y que fue acompañado por un nuevo impulso en los primeros años de la Revolución, cayó aplastado finalmente por la represión cultural. Cada poeta era investigado, cada poesía era minuciosamente leída e interpretada por funcionarios que trabajaban día y noche para encontrar una palabra, una estrofa que pudiera aludir a Stalin. El obsesivo control sobre los artistas demostraba, curiosamente, la importancia que la poesía tenía en el pueblo ruso.
No hay que quejarse. Este es el único país que respeta la poesía: matan por ella. En ningún otro lugar ocurre eso..., ironizaba Mandelstam cuando se enteraba de la muerte de alguno de sus colegas en alguna cárcel lejana.
El hombre nace, luego muere, pero la policía permanece... había dicho ya Nikolai Gumiliev, el acmeista pionero entre los artistas por la fecha de su muerte: fue fusilado en agosto de 1921.
Lo que distingue a Mandelstam de sus pares es que nunca participó del ímpetu revolucionario que recorrió la literatura rusa. No adhería a la poesía política ni tenía pretensiones de vincular su creación estética con el compromiso social, tal como hacían muchos de sus amigos. ¿Cuál fue el impulso, entonces, que lo llevó a crear una única poesía política en toda su vida, y precisamente en contra de Stalin? ¿Por qué, sin haberla volcado al papel desafió recitarla en algunos círculos literarios, donde muy probablemente encontraría un delator? Manifestación de rabia o búsqueda de un suicidio distinto que el utilizado por Mayakovsky, Esenin, Svetaieva o tantos otros, nadie podrá responder nunca a esas preguntas. Una frase pronunciada a su esposa podría orientar para descifrar el enigma del gesto que lo impulsó al sacrificio: La muerte de un artista no es el fin, sino su último acto creador.
Poema (sin título)
Vivimos insensibles, al suelo bajo nuestros pies, Nuestras voces a diez pasos no se oyen.
Pero cuando a medias a hablar nos atrevemos Al montañés del Kremlin siempre mencionamos. Sus dedos gordos parecen grasientos gusanos, Como pesas certeras las palabras de su boca caen.
Aletea la risa bajo sus bigotes de cucaracha Y relucen brillantes las cañas de sus botas.
Una chusma de jefes de cuellos flacos lo rodea, infrahombres con los que él se divierte y juega.
Uno silba, otro maúlla, otro gime, Sólo él parlotea y dictamina.
Forja ukase tras ukase como herraduras A uno en la ingle golpea, a otro en la frente, en el ojo, en la ceja,
Y cada ejecución es un bendito don Que regocija el ancho pecho del Osseta.
Soñé una vez con ardientes amores con bellos bucles, mirtos y resedas dulces labios y palabras acerbas tristes melodías de tristes canciones. Disperso e inerte ha mucho está mi sueño disperso está ya el más querido en sueño sólo queda en mí lo que algún día con indómito ardor vertí en tiernas rimas. ¿Quedas tú, huérfana canción? Disípate igual y busca el sueño que ha mucho perdí y si lo encuentras salúdalo por mí. A la volátil sombra le envío un soplo volátil.
Pensamientos de hierro navegan al atardecer en barcos de hierro; Se mueven silenciosos como luces lejanas mientras doce canoas Se sumergen en su ancla cuando el ferry escupe Y gira como una esfera, en los remolinos de la marea, Su kikirikí medio ahogado por pipas cegadas Y emplumadas de humo. El barco pasa. Los cúters Se alejan. Huelga de campanas. El ferry eructa Una última frase blanca; y los labios humanos Una última negra, cargada con la bienvenida de La pérdida. Pensamientos dejan la ciudad implacable; Aunque los propios barcos sean de hierro y no tengan piedad: Mientras los hombres tienen corazones y costados que sufren y se oxidan. Pensamientos de hierro zarpan de ciudades de hierro en el polvo, Aunque suaves como palomas, los pensamientos vuelen de vuelta a casa.
Pere Gimferrer - Oda a Venecia ante el mar de los teatros
Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos. Con que trajín se alza una cortina roja o en esta embocadura de escenario vacío suena un rumor de estatuas, hojas de lirio, alfanjes, palomas que descienden y suavemente pósanse. Componer con chalinas un ajedrez verdoso. El moho en mi mejilla recuerda el tiempo ido y una gota de plomo hierve en mi corazón. Llevé la mano al pecho, y el reloj corrobora la razón de las nubes y su velamen yerto. Asciende una marea, rosas equilibristas sobre el arco voltaico de la noche en Venecia aquel año de mi adolescencia perdida, mármol en la Dogana como observaba Pound y la masa de un féretro en los densos canales. Id más allá, muy lejos aún, hondo en la noche, sobre el tapiz del Dux, sombras entretejidas, príncipes o nereidas que el tiempo destruyó. Que pureza un desnudo o adolescente muerto en las inmensas salas del recuerdo en penumbra ¿Estuve aquí? ¿Habré de creer que éste he sido y éste fue el sufrimiento que punzaba mi piel? Qué frágil era entonces, y por qué. ¿Es más verdad, copos que os diferís en el parque nevado, el que hoy así acoge vuestro amor en el rostro o aquel que allá en Venecia de belleza murió? Las piedras vivas hablan de un recuerdo presente. Como la vena insiste sus conductos de sangre, va, viene y se remonta nuevamente al planeta y así la vida expande en batán silencioso, el pasado se afirma en mí a esta hora incierta. Tanto he escrito, y entonces tanto escribí. No sé si valía la pena o la vale. Tú, por quien es más cierta mi vida, y vosotros que oís en mi verso otra esfera, sabréis su signo o arte. Dilo, pues, o decidlo, y dulcemente acaso mintáis a mi tristeza. Noche, noche en Venecia va para cinco años, ¿cómo tan lejos? Soy el que fui entonces, sé tensarme y ser herido por la pura belleza como entonces, violín que parte en dos aires de una noche de estío cuando el mundo no puede soportar su ansiedad de ser bello.
Miedo de ver una patrulla policial detenerse frente a la casa. Miedo de quedarme dormido durante la noche. Miedo de no poder dormir. Miedo de que el pasado regrese. Miedo de que el presente tome vuelo. Miedo del teléfono que suena en el silencio de la noche muerta. Miedo a las tormentas eléctricas. Miedo de la mujer de servicio que tiene una cicatriz en la mejilla. Miedo a los perros aunque me digan que no muerden. ¡Miedo a la ansiedad! Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto. Miedo de quedarme sin dinero. Miedo de tener mucho, aunque sea difícil de creer. Miedo a los perfiles psicológicos. Miedo a llegar tarde y de llegar antes que cualquiera. Miedo a ver la escritura de mis hijos en la cubierta de un sobre. Miedo a verlos morir antes que yo, y me sienta culpable. Miedo a tener que vivir con mi madre durante su vejez, y la mía. Miedo a la confusión. Miedo a que este día termine con una nota triste. Miedo a despertarme y ver que te has ido. Miedo a no amar y miedo a no amar suficiente. Miedo a que lo que ame sea letal para aquellos que amo. Miedo a la muerte. Miedo a vivir demasiado tiempo. Miedo a la muerte.
todo vuela viajero pez o espada nada decae brote o flor te engañas el cuerpo cae pero dueño empero de otro saber
caer caer no reo de alguna nube levadiza tala escritura y razón oh red ondean esculturas salta al cielo para caer caer en otro amor y pende ángel del hilo del olvido que al abrigo del viento sólo hay muerte
Yoe Santos - Pasajes...de sábado en cualquier mundo
I
Eramos más que balbucientes cuando soles azotaban despertares y no encontrábamos a tiempo la propina o los pantalones y no se nos ocurría nada para impresionar como un decir sofisticado del equinoccio primaveral a penas supe del cambio de estación al quedarme absorto entre un rayo de ti y tu vientre florecido...
II
Una noche como si estuviera entre la espalda y el sueño como si no estuviera de por medio el mar como si estuviera vivo como si estuviera enterrando mis sobresaltos en tu pubis y las guerras de posiciones de OTAN no dolieran frente al televisor tal vez ni te acuerdas era un niño que aullaba era la casa con las flores que se venía abajo o el guardian de Vieques o la culata en el costado del proscrito y me queda un sabor a sangre de mis besos perversos a tu sexo recien salido de su cuarentena pero es otra sangre es otra la gloria cuando torcemos el cuello de la avenida y nos miramos y sabemos que el mundo arde y copulamos entre el ir el venir de los aviones cuando nos falta el aliento o la fuerza en las uñas o la vocación puta para el grito o el instante en que ya no no no no no somos de ninguna parte cuando perdemos por fin la averiguación de los acentos y los carnets de identidad y ya no llegan con el oleaje más diarios con peste a realidad aprieto los puños toco la última de las copas voy buscaádote entre la soledad y el frío mientras alguien ensaya el disparo con sordina o el gran estruendo de casa en casa de lengua en lengua y no estás en mi abrazo buscando cobijo contra el odio y no te veo aunque entrecierre los ojos mientras la madrugada sin risas desagua en el drenaje firman otra acta y los cocodrilos sifilíticos siguen en el aire vomitando muerte comiendo su goma de mascar coordinándose por la radio es tal el chillido que no alcanzo a escucharte y el sábado esta muriendo entre mis piernas y mis versos allí donde todos sólo rumian la necesidad del olvido
Bajo las matas En los pajonales Sobre los puentes En los canales Hay Cadáveres
En la trilla de un tren que nunca se detiene En la estela de un barco que naufraga En una olilla, que se desvanece En los muelles los apeaderos los trampolines los malecones Hay Cadáveres
En las redes de los pescadores En el tropiezo de los cangrejales En la del pelo que se toma Con un prendedorcito descolgado Hay Cadáveres
En lo preciso de esta ausencia En lo que raya esa palabra En su divina presencia Comandante, en su raya Hay Cadáveres
En las mangas acaloradas de la mujer del pasaporte que se arroja por la ventana del barquillo con bebito a cuestas En el barquillero que se obliga a hacer garrapiñada En el garrapiñero que se empana En la pana, en la paja, ahí Hay Cadáveres
Precisamente ahí, y en esa richa de la que deshilacha, y en ese soslayo de la que no conviene que se diga, y en el desdén de la que no se diga que no piensa, acaso en la que no se dice que se sepa... Hay Cadáveres
Empero, en la lingüita de ese zapato que se lía, disimuladamente, al espejuelo, en la correíta de esa hebilla que se corre, sin querer, en el techo, patas arriba de ese monedero que se deshincha, como un buhón, y, sin embargo, en esa c... que, cómo se escribía? c... de qué?, más, Con Todo Sobretodo Hay Cadáveres
En el tepado de la que se despelmaza, febrilmente, en la menea de la que se lagarta en esa yedra, inerme en el despanzurrar de la que no se abriga, apenas, sino con un saquito, y en potiche de saquitos, y figurines anteriores, modas pasadas como mejas muertas de las que Hay Cadáveres
Se ven, se los despanza divisantes flotando en el pantano: en la colilla de los pantalones que se enchastran, símilmente; en el ribete de la cola del tapado de seda de la novia, que no se casa porque su novio ha....................! Hay Cadáveres
En ese golpe bajo, en la bajez de esa mofleta, en el disfraz ambiguo de ese buitre, la zeta de esas azaleas, encendidas, en esa obscuridad Hay Cadáveres
Está lleno: en los frasquitos de leche de chancho con que las campesinas agasajan sus fiolos, en los fiordos de las portuarias y marítimas que se dejan amanecer, como a escondidas, con la bombacha llena; en la humedad de esas bolsitas, bolas, que se apisonan al movimiento de de los de Hay Cadáveres
Parece remanido: en la manea de esos gauchos, en el pelaje de esa tropa alzada, en los cañaverales (paja brava), en el botijo de ese gaucho, el olor a matorra de ese juiz Hay Cadáveres
Ay, en el quejido de esa corista que vendía 'estrellas federales' Uy, en el pateo de esa arpista que cogía pequeños perros invertidos, Uau, en el peer de esa carrera cuando rumbea la cascada, con una botella de whisky 'Russo' llena de vidrio en los breteles, en ésos, tan delgados, Hay Cadáveres
En la finura de la modistilla que atara cintas de un buraco hubiere En la delicadeza de las manos que la manicura que electriza las uñas salitrosas, en las mismas cutículas que ella abre, como en una toilette; en el tocador, tan ...indeciso..., que clava preciosamente los alfiles, en las caderas de la Reina y en los cuadernillos de la princesa, que en el sonido de una realeza que se derrumba, oui Hay Cadáveres
Yes, en el estuche de alcanfor del pecho de esa ¡bonita profesora! Ecco, en los tizones con que esa ¡bonita pro /> Verrufas, alforranas (de teflón). macanos muermos: cuando sin... acribi- lla, acrisola, ángeles minados de peces espadas, millas acneicas, o sólo adolescentes, doloridas del dedo de un puntapié en las várices, torreja de ubre, percal crispado, romo clít... Hay Cadáveres
En el país donde se juega el molinero En el estado donde el carnicero vende sus lomos, al contado, y donde todas las Ocupaciones tienen nombre... En las regiones donde una piruja voltea su zorrito de banlon, la hueles desde lejos, desde antaño Hay Cadáveres
En la provincia donde no se dice la verdad En los locales donde no se cuenta una mentira —Esto no sale de acá— En los meaderos de borrachos donde aparece una pústula roja en la bragueta del que orina —esto no va a parar aquí—, contra los azulejos, en el vano, de la 14 o de la 15, Corrientes y Esmeraldas, Hay Cadáveres
Y se convierte inmediatamente en La Cautiva, los caciques le hacen un enema, le abren el c... para sacarle el chico, el marido se queda con la nena, pero ella consigue conservar un escapulario con una foto borroneada, de un camarín donde... Hay Cadáveres
Donde él la traicionó, donde la quiso convencer que ella era una oveja hecha rabona, donde la perra la cagó, donde la puerca dejó caer por la puntilla de boquilla almibarada unos pelillos almizclados, lo sedujo, Hay Cadáveres
Donde ella eyaculó, la bombachita toda blanda, como sobre un bombachón de muñequera, como en cáliz borboteante —los retazos de argolla flotaban en la 'Solución Humectante' (método agua por agua), ella se lo tenía que contar: Hay Cadáveres
El feto, criándose en un arroyuelo ratonil, La abuela, afeitándose en un bols de lavandina, La suegra, jalándose unas pepitas de sarmiento, La tía, volviéndose loca por unos peines encurvados: Hay Cadáveres
La familia, hurgándolo en los repliegues de las sábanas La amiga, cosiendo sin parar el desgarrón de una 'calada' El gil, chupándose una yuta por unos papelitos desleídos Un chongo, cuando intentaba introducirla por el caño de escape de una Kombi, Hay Cadáveres
La despeinada, cuyo rodete se ha raído por culpa de tanto 'rayito de sol', tanto 'clarito'; La martinera, cuyo corazón prefirió no saberlo; La desposeída, que se enganchó los dientes al intentar huir de un taxi; La que deseó, detrás de una mantilla untuosa, desdentarse para no ver lo que veía: Hay Cadáveres
La matrona casada, que le hizo el favor a la muchacha pasándole un buen punto; la tejedora que no cánsase, que se cansó buscando el punto bien discreto que no mostrara nada —y al mismo tiempo diera a entender lo que pasase—; la dueña de la fábrica, que vio las venas de sus obreras urdirse táctilmente en los telares —y daba esa textura acompasada... lila... La lianera, que procuró enroscarse en los hilambres, las púas Hay Cadáveres
La que hace años que no ve una pija La que se la imagina, como aterciopelada, en un cuna (o cuña) Beba, que se escapó con su marido, ya impotente, a una quinta donde los vigilaban, con un naso, o con un martillito, en las rodillas, le tomaron los pezones, con una tenacilla (Beba era tan bonita como una profeso- ra...) Hay Cadáveres
Era ver contra toda evidencia Era callar contra todo silencio Era manifestar contra todo acto Contra toda lambida era chupar Hay Cadáveres
Era: 'No le digas que lo viste conmigo porque capaz que se dan cuenta' O- 'No le vayas a contar que los vimos porque a ver si se lo toma a pecho' Acaso: 'No te conviene que lo sepa porque te amputan una teta' Aún: 'Hoy asaltaron a una vaca' 'Cuando lo veas hace de cuenta que no te diste cuenta de nada ...y listo' Hay Cadáveres
Como una muletilla se le enchufaba en el pezcuello Como una frase hecha le atornillaba los corsets, las fajas Como un titilar olvidadizo, eran como resplandores de mangrullo, como una corbata se avizora, pinche de plata, así Hay Cadáveres
En el campo En el campo En la casa En la Caza Ahí Hay Cadáveres
En el decaer de esta escritura En el borroneo de esas inscripciones En el difuminar de estas leyendas En las conversaciones de lesbianas que se muestran la marca de la liga, En ese puño elástico, Hay Cadáveres
Decir 'en' no es una maravilla? Una pretensión de centramiento′? Un centramiento de lo céntrico, cuyo forward muere al amanecer, y descompuesto de El Túnel Hay Cadáveres
Un área donde principales fosas? Un loro donde aristas enjauladas? Un pabellón de lolas pajareras? Una pepa, trincada, en el cubismo de superficie frívola...? Hay Cadáveres
Yo no te lo quería comentar, Fernando, pero esa vez que me mandaste a la oficina, a hacer los trámites, cuando yo cruzaba la calle, una viejita se cayó, por una biela, y los carruajes que pasaban, con esos crepés tan anticuados (ya preciso, te dije, de otro pantalón blanco), vos crees que se iban a detener, Fernando? Imagina... Hay Cadáveres
Estamos hartas de esta reiteración, y llenas de esta reiteración estamos. Las damiselas italianas pierden la tapita del Luis XV en La Boca! Las 'modelos' del partido polaco— no encuentran los botones (el escote cerraba por atrás) en La Matanza! Cholas baratas y envidiosas —cuya catinga no compite— en Quilines! Monas muy guapas en los corsos de Avellaneda! Barracas! Hay Cadáveres
Ay, no le digas nada a doña Marta, ella le cuenta al nieto que es colimba! Y si se entera Misia Amalia, que tiene un novio federal! Y la que paya, si callase! La que bordona, arpona! Ni a la vitrolera, que es botona! Ni al lustrabotas, cachafaz! Ni a la que hace el género 'volante'! NI Hay Cadáveres
Féretros alegóricos! Sótanos metafóricos! Pocillos metonímicos! Ex-plícito! Hay Cadáveres
Ejercicios Campañas Consorcios Condominios Contractus Hay Cadáveres
Yermos o Luengos Pozzis o Westerleys Rouges o Sombras Tablas o Pliegues Hay Cadáveres
—Todo esto no viene así nomás —Por qué no? —No me digas que los vas a contar —No te parece? —Cuándo te recibiste? —Militaba? —Hay Cadáveres?
Saliste Sola Con el Fresquito de la Noche Cuando te Sorprendieron los Relámpagos No Llevaste un Saquito Y Hay Cadáveres
Se entiende? Estaba claro? No era un poco demás para la época? Las uñas azuladas? Hay Cadáveres
Yo soy aquél que ayer nomás… Ella es la que… Veíase el arpa… En alfombrada sala... Villegas o Hay Cadáveres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . No hay nadie? pregunta la mujer del Paraguay. Respuesta: No hay Cadáveres.