Somos Hispanos Battiato-Nomadas
Sabina-Nos sobran...
Sabina-Y sin embargo
Victor Manuel-Yeren dos guajes
Victor Manuel-Asturias
Victor Manuel-Asturias
Victor Manuel-Mujer Calama
V.Manuel Sin bandera-Maldita Suerte
kermit-Teppum-Sad Lisa
Viviremos siempre juntos-Nacho Cano
Van Morrison - Have I told you lately
Juan Manuel Serrat - Cantares
Juan Manuel Serrat - Mediterráneo
Juan Manuel Serrat - Lucía
Tears in Heaven
Jerry Lee Lewis- Whole Lotta Shakin' Goin' O
Someday The Sun Won't Shine For You-Jethro Tull
Too Old To Rock'n Roll Too Young To Die-Jethro Tull
Botella al mar correo
Hoy recogí en la playa
tu misiva
en la botella verde habitual.
No te quejes, no es
que no te escriba,
es que el correo
de náufragos
"Yo no estimo tesoros ni riquezas,
y así, siempre me causa más contento poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas." S.Juana Inés G a t a s
Algunas veces vuelo
y otras veces me arrastro
demasiado a ras del suelo,
algunas madrugadas me desvelo
y ando como un gato en celo
patrullando la ciudad
en busca de una gatita
a esa hora maldita
en que los bares
a punto están de cerrar
Últimamente comprendí el significado de la tranquilidad, día tras día me mantuve apartado de la multitud. Limpié mi cabaña y la preparé para la visita de un monje, que llegó a visitarme desde las montañas lejanas. Vino bajando desde los picos ocultos por las nubes, para verme en mi casa de techo de paja. Sentados en el pasto compartimos la resina del pino, quemando incienso leímos los sutras del Tao. Al terminar el día encendimos nuestra lámpara, las campanas del templo anuncian el comienzo de la noche. Repentinamente advertí que la tranquilidad es realmente Felicidad, y sentí que mi vida tiene abundante ocio.
Anónima y mortal, ayer volabas en el alba. Tu vida duraría lo que dura la breve luz del día. Pero yo te apresé. No sospechabas que aquel día de ayer fue tu final y tu eterno principio. Fue tu suerte que yo te diese un nombre y una muerte clasificada.
Hoy eres inmortal. Eres la especie, el nombre, la memoria redentora que salva a tus hermanas, mortales en las trémulas mañanas. Eres su eternidad. Eres su historia. Clavada en un cartón, bajo un letrero, como el Otro, clavado en el madero.
A veces alguien te sonríe tímidamente en un supermercado alguien te da un pañuelo alguien te pregunta con pasión qué día es hoy en la sala de espera del dentista alguien mira a tu amante o a tu hombre con envidia alguien oye tu nombre y se pone a llorar.
A veces encuentras en las páginas de un libro una vieja foto de la persona que amas y eso te da un tremendo escalofrío vuelas sobre el Atlántico a más de mil kilómetros por hora y piensas en sus ojos y en su pelo estás en una celda mal iluminada y te acuerdas de un día luminoso tocas un pie y te enervas como una quinceañera regalas un sombrero y empiezas a dar gritos.
A veces una muchacha canta y estás triste y la quieres un ingeniero agrónomo te saca de quicio una sirena te hace pensar en un bombero o en un equilibrista una muñeca rusa te incita a levantarle las faldas a tu prima un viejo pantalón te hace desear con furia y con dulzura a tu marido.
A veces explican por la radio una historia ridícula y recuerdas a un hombre que en vida fue tu amigo disparan contra ti sin acertar y huyes pensando en tu mujer y en tu hija ordenan que hagáis esto o aquello y enseguida te enamoras de quien no hace ni caso hablan del tiempo y sueñas en una chica egipcia apagan las luces de la sala y ya buscas la mano de tu amigo.
A veces esperando en un bar a que ella vuelva escribes un poema en una servilleta de papel muy fino hablan en catalán y quisieras de gozo o lo que sea morder a tu vecina subes una escalera y piensas que sería bonito que el chico que te gusta te violara antes del cuarto piso repican las campanas y amas al campanero o al cura o a Dios si es que existiera miras a quien te mira y quisieras tener el poder necesario para ordenar que en ese mismo instante se detuvieran todos los relojes del mundo.
Un hombre muere y tras cada sueño renace cuando despierta.
He vivido dieciséis mil cuatrocientos días y muerto otras tantas noches.
En mí siempre hay un hombre que muere como cualquier otro, asesinado de tedio y rutinas, con el miedo y la prisa de otros hombres, con sus esperanzas y temores, feliz en sus lágrimas, respirando en su propia sangre la sal de un tiempo de sueño.
todos somos un poco cartógrafos de nuestra propia vida de nuestros primeros pasos de aquel largo pasillo que nos aterraba, de aquel gran patio del colegio que conocimos un primer día sin mapa y perdidos...
Agustín García Calvo: LXXIX -De Canciones y soliloquios, 1983
Cuando un ensueño, roto al alba, nos deja Con la palabra entre los labios brumosos vacía y con la mano en vano gesto perdida, que iba a apuñarlos unos dóciles pechos o a acariciar la dulce oreja, tan sorda que ya ni está siquiera, y que nos quedamos con personajes conversando que apenas podemos ya seguir en ellos creyendo, y el tibio caos de almohadas y sábanas los va borrando del mosaico florido los mil colores de cilindros y prismas de los pequeños arquitectos, y todo se anega en esta fe de la alta mañana, hasta ese último sensitivo topacio del ojo izquierdo de la blanca y hermana perdida y doble que brillaba en un guiño de inteligencia, y lentamente se empieza a reconocer que sí, que nadie, que lejos están, que a más de quinientas leguas de aire, y más aún, que ni aun sabemos que fueran ellas (pues, ¿de dónde la blusa de seda y algas desvahida?, pues ¿cuándo en sus mejillas esa veta dorada?) o si eran otras, y alguien en el ensueño dijo «Pero a tus quince años», y ahora, al ir contando con los dedos dormidos sobre la verga tiesa, puede que sean lo menos veinticinco, y cuando del todo al sol los ojos descorramos de lágrimas, ya nuestra hermana cumplirá treintaycuatro, entonces uno bien querría… los hay que se incorporan y se lavan los sueños con agua y con jabón de ducha y toalla y al punto por los túneles del trabajo se meten; otros hay que, llenos de alma, como una encinta a quien trajera su vómito cada mañana, de una vez se levantan para acabar con tanta espera y, los ojos vueltos adentro, arrojan a medio día allá por fin por la ventana su cuerpo hacia el menudo tráfico y a las rápidas cucarachitas de colores; algunos también acaso al despertarse recuerdan que tienen una cita para las cuatro con su conquista bien real y morena en la terraza de `La Bola de Oro´, y así con eso de un tirón se levantan y en camiseta a rasurarse briosos se ponen con la espuma de la mañana y trinan y gorjean y ante el espejo las bolsas de los párpados se arremangan; pero yo al menos bien querría que en cambio mi desesperación como un árbol fuera, un árbol grande, fuera como un gran árbol. Así es que, cuando en pie me pongo, sin nada sobre la piel, sin nada dentro del pecho y alzo los brazos con las palmas abiertas hasta tocar el cielo alegre de Mayo en esa barra en cruz de la claraboya, y de las tablas polvorientas del suelo de la buhardilla trepa plantas arriba la desesperación y fluye brazos abajo por los sobacos y las piernas enhiestas… ya, ya se siente, sus raices hundiendo, que en la madera y el cemento se hinca, y va rompiendo por tabiques y techos con los raigones ansiosa de tierra hasta que allá a través de los siete pisos mi desesperación en la húmeda sombra y en la fecunda pudrición de los sótanos y las cloacas sigue hundiéndose; y mientras hacia el infierno va enterrándose, en tanto desde las puntas de los dedos arriba ya, ya ha arrojado mil retoños y ramos que se retuercen, y como higuera loca, creciendo de su misma hambre de cielo, por los desvanes y las vigas penetra leñosa mi desesperación y con lentos crujidos combas las quebranta las tejas calientes y por los desiertos caminos del aire avanza, echando a diestra y siniestra sobre las calles y los ríos abajo ramas que al punto en yemas gualda revientann que en verdes ramas se enderezan al punto, y ya las nubes pasajeras empiezan a acostumbrarse, desflecándose un poco, a aposentarse allá en sus últimas hojas. así va a ser o por semejante modo mi desesperación: por más que ni sepa lo que ha de ser, habrá de ser como un árbol y grande: nadie le pregunte la raza ni el nombre propio, ni si va a ser un pino que críe rosas ni si una morera temblante de la blanca fiebre del álamo ni si castaño ni si cedro de Indias o si olmo negro o roble o sándalo o fresno padre de hadas: pues que todos a una será y al mismo tiempo será ninguno; más será un árbol grande, más que las casas más altas, alto más que en tarde de otoño la luna pálida: en mitad de la plaza del pueblo devastada sube sin tino, dudando en cada tramo de su corteza, mas desesperanzadamente derecho, y ahí está: las ramas bajas antiguas se tenderán sobre las calles y campos y darán sombra a las espigadoras bajo el estío y en otoño a los bancos mantas de hojas amarillas y tiernas donde piojosos duerman los vagabundos; en tanto, arriba todo el año las ramas tan verdes estarán rendidas de frutos, unos canosos de pelusa violeta, otros heridos en almíbar y oro, otros riendo a boca roja rachada, algunos como de esmeralda en racimos y también otros como nueces de lluvia, pero que todos los irá verdaderos el árbol inventando, al paso y medida que cada boca acierte el nombre granado del fruto; y entre tanto, arriba, oreosas, las frondas estarán cargadas de pájaros, los unos gorjeando como de plata arroyos de la tarde, y otros silbando como la aurora entre las rocas marinas, y otros piando como espigas de grano de melodía, y zureando de siestas roncas de amor, y punteando los ecos del tiempo sin reloj, y mismo a las hojas haciéndoles trinar, y mismo a los vientos enhechizados enseñándoles sólfa de arruyos; y aún el mismo árbol alado creciendo sigue de la música sola hacia el Océano desbordado del cielo ya limpio de tiranos y nada nunca escrito; y sin embargo, en tanto, a lo hondo, en las entrañas de las minas pozos a los enanos que labran la oscuridad en mil rubíes y en ópalos y cuya vida son extrañas industrias, telares de seda de los gorgojos de luz, imprentas de blasfemias miniadas con zumo de verbena y de leche del piojo de púrpura, y las tintineantes fraguas del oro rojo —verde por siempre el oro, que nunca puede madurar en moneda—, y a sus ferrocarriles de humo de sueño, que ajetreados van llevando semilla de niños huérfanos y amapolas por todos los recovecos de la tierra preñada, también gozoso sin cesar tunelillos les iba abriendo con sus raíces blancas el árbol grande; pero aún sin embargo será mejor: pues en mitad de la plaza del pueblo, joven de mil miles de años —cada año más deshilachadas sus horas—, el árbol seguirá abrigando de fresco la gente en desconocimiento florida: bajo sus ramas montaran unos toldos de seda, en donde venderán naranjada por besos y piñones por aún menos; y alrededor ensamblarán unas mesas muy largas con entalladuras de oro y enguirnaldadas de arrayán, para fiesta de convidados forasteros que acaso con hambre lleguen; por vïales de grava bajo su sombra se vendran paseando gentiles pares en pelusa de barba, risueñamente conversando de asuntos de desgobierno; al pie del tronco, sentadas en tantas muescas que abre el árbol en torno, peinándose ellas con marfiles y platas las mil diversas cabelleras y rizos y bucles y melenas lasas y crenchas o candeales o de bárbaro fuego o bien endrinas o de oro pesadas, aquellas todas que entre calles y ruido cruzaban por los ojos sembrando guerra con su sinnúmera andadura, y pasaron de largo: todas mansas, juntas, ahora reclinan contra el tronco los blancos hombros inagotables y en las ramas se dejan perderse en un común recuerdo los ojos de inteligencia sonrientes; en una plazoletilla de sol que hay bajo el árbol también habrá como un templete de tablas armado, en donde con timbales y cuernos van recitando su papel cuatro máscaras vestidas de oropel y grana en harapos, mientras por las verdeantes lagunas barquillas con faroles entre los juncos se van durmiendo a la coral de las ranas, sembrando de bengalas y fuegos fatuos las aguas bajo el árbol; otros a rastras por las veredas y la yerba y los huecos del tronco buscarán desnudos algunas simientes raras que de lo alto llovieron, menudas letras griegas de plata alada, con las que luego componer unos libros hermosos sin sentido; y desde las ramas más gruesas él también dejará que muchos columpios cuelguen y a sus lánguidas cuerdas asidos cacen mariposas o vértigos de sol o luna; y en sus tiernas cortezas él dejará también, el árbol antiguo, que con la punta de navajas de nácar se graben los nombres de los vanos amores de los enamorados sin esperanza.